domingo, 4 de octubre de 2009

Restaurante Las Carolinas - Talasoponiente (Gijón)


Edificio Talasoponiente
Playa de Poniente - Gijón
Teléfono: 984 491 348
Web: restaurantelascarolinas.com



Buscando un lugar un poco especial para una velada tranquila, nos decidimos por este restaurante, que al menos para un servidor pasaba por ser totalmente desconocido en cuanto a referencias, por más que me empeñé rastreando en Google apenas encontré un pequeño apunte en 11870 y un par de comentarios de compañeros de trabajo respecto a pitanzas grupales en las que no tuvieron que pasar por caja y por lo tanto no eran demasiado objetivos.

El restaurante recibe su nombre en honor al antiguo balneario inaugurado en la playa de San Lorenzo donde se reunía lo más granado de la sociedad a finales del Siglo XIX, y esto ya nos da una idea de por donde van los tiros. Dispone de salones variados para bodas, comidas de empresa y eventos de toda índole. Ofertan menús especiales diarios y suelen tener algún tipo de jornada en promoción. Pese a que no es ni de lejos mi tipo de restaurante ideal y que no tenía muy claro como iba a salir la cosa, desempolvé una camisa, rebusqué unos zapatos y para allí fuimos con porte estirado y cabeza alta.



Desde la parte exterior se puede ver la terraza en la tercera planta con una docena de mesas presidiendo la bahía y con buenas vistas sobre las inmediaciones, desde Cimadevilla hasta la Campa Torres pasando por el Puerto Deportivo, la Playa de Poniente y El Musel. La primera impresión no podía ser más negativa. Para llegar al restaurante hay, si no nos equivocamos, un único camino, la entrada común al complejo de Talasoponiente, si bien es cierto que las instalaciones son impresionantes y el edificio no puede estar más de moda, no considero muy apropiado compartir acceso con la gente que entra y sale de gimnasio, sauna, piscina y demás, con el habitual olor a condensación y cloro invadiendo la atmósfera. Para ser justos apenas son 20 los metros que hay desde la puerta hasta el ascensor, pero no nos engañemos, el negocio hostelero no está enfocado a que una vez finalizada la sesión diaria de ejercicio subas a la tercera planta a comerte un bocadillo para reponer fuerzas, la orientación es otra, y este detalle debería haber sido concebido de otra forma.

Como era pronto tomamos un piscolabis en la terraza, un Sábado a las 21.30 horas estaba completamente vacía, cosa que agradecimos y que no hace sino reforzar mi opinión sobre el desconocimiento que hay en la villa respecto a este rincón, y otro tanto de lo mismo se puede decir de los comedores, donde apenas había un puñado de mesas ocupadas en hora punta. El balcón es amplio y cómodo, y tiene la ventaja de estar bien resguardado de nuestro querido amigo de fatigas, el habitual Nordeste gijonés. Eché en falta un poquito de música ambiente, aunque entiendo que no a todo el mundo le tiene por qué parecer adecuada o incluso puede no estar permitida, así que nos contentamos con las serenatas de fondo procedentes del campanario de San José. El servicio de barra fue correcto y los pinchos que nos tocaron, mejorables.



Hora de la cena. Pese a no comentar nada durante la reserva nuestra mesa estaba junto a la ventana, como el resto de acutadas, bien por ellos. El comedor es coqueto a la par que informalmente elegante, mesas grandes y sillones cómodos. La vajilla, cristalería, cubertería y mantelería cumplen con su cometido sin lujos ni estridencias. Hilo musical con clásicos del pop. La luz del comedor podría ser más tenue de manera que no reflejara tanto en las cristaleras y no hubiera que hacer escorzos visuales para contemplar el entorno en la oscuridad, supongo que esto no ocurra durante el día con luz natural.

La carta no es enciclopédica pero la selección de platos es muy buena. Nos sirvieron a modo de aperitivo una Sopita de Melón con Espuma de Cabrales y Anchoa que según mi partenaire estaba bien rica. Dudo que mintiera, y si lo hacía, lo disimulaba bien dando cuenta de la mía posteriormente. Una docena de Croquetas de Jamón Ibérico (10 Euros) hicieron las veces de entrante, con sus buenos tropezones, suaves y bien hechas, sin esa falta de calor en el centro tan habitual como desagradable; adjuntaban una vinagreta de balsámico para los más osados. Dos detalles que me gustaría destacar en este punto, muy bueno el cestito de pan que sirven medio caliente, con dos mini barras, dos bollos y un bollo de leña con frutos secos e impagable la inexistente espera entre los platos. El servicio es rápido, atento y amable.

Como plato elegimos Solomillo de Ternera al Foie (22 Euros) para ella y Ventrisca de Bonito a la Plancha (20 Euros) para mí, aprovechando los últimos coletazos otoñales del túnido. El solomillo tenía un punto óptimo de plancha y estaba perfectamente sazonado, se hacía acompañar de guarnición variada con tomatitos, patata, germinados, la típica reducción dulce y una especie de compota que no supimos distinguir, manzana, calabacín, quién sabe... El punto de la Ventrisca era igualmente perfecto, la guarnición en este caso era menos abundante, limitándose a un nidito de patatas paja de impecable factura y sabor pero difícil abordaje. El tamaño de las raciones era el adecuado, nada de presentaciones minúsculas en el centro de platos grandes como piscinas, de esas que no sabes si comer, llorar o aplaudir.



Postreamos Copa de Chocolate Blanco, Sorbete de Mandarina y Crujiente de Canela por un lado, y Postre Gijonés de Avellanas con Helado de Mantecado por el otro, a precio unitario de 5,50 Euros. Buenas raciones y mejor presentación. La copa venía a ser una suave mousse de la que podría engullir litros hasta morir por sobredosis, muy buena. Acertado el contraste con el sorbete, muy rico también, aunque la mezcla de ambos en la cuchara me resultaba demasiado agridulce. La tarta de avellanas no desmerecía en absoluto en sabor ni suavidad. A mejorar la temperatura a la que sirven sorbete y helado, demasiado fríos y sólidos.

Todo esto y una botella de Fuente Del Val por un total de 70 Euros. Un precio que considero cuando menos razonable. Pequeños detalles a mejorar, como los hay en todos los sitios, pero ninguno de relevancia en lo importante, esto es, buen lugar, buen producto, buena ejecución y buen servicio. Negocios así son necesarios en la ciudad, no todo va a ser costilladas en bandejas de acero inoxidable, locales a rebosar, grasas de dudosa procedencia, servicios que no dan abasto y echar la ropa a la lavadora nada más llegar a casa porque te huele la habitación a carne a la piedra, tabaco negro y humo de fritangas. A ver si los rectores del establecimiento se aplican a la hora de dar a conocer sus bonanzas y poco a poco va ganándose un nombre propio dentro de la enorme oferta hostelera que tenemos en la región. Empezar por mejorar la web del restaurante tampoco iría mal, siendo la actual propia de un alumno de ESO en prácticas de Informática.


P.D: De cómo se están subiendo a la parra en muchos negocios hosteleros respecto al precio del agua mineral ya hablaremos otro día. Y de beber que van a tomar...?